miércoles, 2 de julio de 2008

Un cuento quechua




El sueño del pongo

Un hombrecito se encaminó a la casa-hacienda de su patrón. Como era siervo iba a cumplir el turno de pongo, de sirviente en la gran residencia. Era pequeño, de cuerpo miserable, de ánimo débil, todo lamentable; sus ropas viejas.

El gran señor, patrón de la hacienda, no pudo contener la risa cuando el hombrecito lo saludo en el corredor de la residencia.
- ¿Eres gente u otra cosa? - le preguntó delante de todos los hombres y mujeres que estaban de servicio.
Humillándose, el pongo contestó. Atemorizado, con los ojos helados, se quedó de pie.

-¡A ver! - dijo el patrón - por lo menos sabrá lavar ollas, siquiera podrá manejar la escoba, con esas sus manos que parece que no son nada. ¡Llévate esta inmundicia! - ordenó al mandón de la hacienda. Arrodillándose, el pongo le besó las manos al patrón y, todo agachado, siguió al mandón hasta la cocina.

El hombrecito tenía el cuerpo pequeño, sus fuerzas eran sin embargo como las de un hombre común. Todo cuanto le ordenaban hacer lo hacía bien. Pero había un poco como de espanto en su rostro; algunos siervos se reían de verlo así, otros lo compadecían. "Huérfano de huérfanos; hijo del viento de la luna debe ser el frío de sus ojos, el corazón pura tristeza", había dicho la mestiza cocinera, viéndolo.

El hombrecito no hablaba con nadie; trabajaba callado; comía en silencio. Todo cuanto le ordenaban, cumplía. "Sí, papacito; sí, mamacita", era cuanto solía decir.

Quizá a causa de tener una cierta expresión de espanto, y por su ropa tan haraposa y acaso, también porque quería hablar, el patrón sintió un especial desprecio por el hombrecito. Al anochecer, cuando los siervos se reunían para rezar el Ave María, en el corredor de la casa-hacienda, a esa hora, el patrón martirizaba siempre al pongo delante de toda la servidumbre; lo sacudía como a un trozo de pellejo.

Lo empujaba de la cabeza y lo obligaba a que se arrodillara y, así, cuando ya estaba hincado, le daba golpes suaves en la cara.
Creo que eres perro. ¡Ladra! - le decía.

Ponte en cuatro patas - le ordenaba entonces-
El pongo obedecía, y daba unos pasos en cuatro pies.

Trota de costado, como perro - seguía ordenándole el hacendado.
El hombrecito sabía correr imitando a los perros pequeños de la puna.

El patrón reía de muy buena gana; la risa le sacudía todo el cuerpo.
¡Regresa! - le gritaba cuando el sirviente alcanzaba trotando el extremo del gran corredor.
El pongo volvía, corriendo de costadito. Llegaba fatigado.

Algunos de sus semejantes, siervos, rezaban mientras tanto el Ave María, despacio, como viento interior en el corazón.
¡Alza las orejas ahora, vizcacha! ¡Vizcacha eres! - mandaba el señor al cansado hombrecito.
- Siéntate en dos patas; empalma las manos.
Como si en el vientre de su madre hubiera sufrido la influencia modelante de alguna vizcacha, el pongo imitaba exactamente la figura de uno de estos animalitos, cuando permanecen quietos, como orando sobre las rocas. Pero no podía alzar las orejas. Golpeándolo con la bota, sin patearlo fuerte, el patrón derribaba al hombrecito sobre el piso de ladrillo del corredor.

Recemos el Padrenuestro - decía luego el patrón a sus indios, que esperaban en fila.
El pongo se levantaba a pocos, y no podía rezar porque no estaba en el lugar que le correspondía ni ese lugar correspondía a nadie.

En el oscurecer, los siervos bajaban del corredor al patio y se dirigían al caserío de la hacienda.
¡Vete pancita! - solía ordenar, después, el patrón al pongo.
Y así, todos los días, el patrón hacía revolcarse a su nuevo pongo, delante de la servidumbre.

Pero... una tarde, a la hora del Ave María, cuando el corredor estaba colmado de toda la gente de la hacienda, cuando el patrón empezó a mirar al pongo con sus densos ojos, ése, ese hombrecito, habló muy claramente. Su rostro seguía un poco espantado.
Gran señor, dame tu licencia; padrecito mío, quiero hablarte - dijo.

El patrón no oyó lo que oía.
¿Qué? ¿Tú eres quien ha hablado u otro? - preguntó.
Tu licencia, padrecito, para hablarte. Es a ti a quien quiero hablarte - repitió el pongo.
Habla... si puedes - contestó el hacendado.

Padre mío, señor mío, corazón mío - empezó a hablar el hombrecito -. Soñé anoche que habíamos muerto los dos juntos; juntos habíamos muerto.

¿Conmigo? ¿Tú? Cuenta todo, indio - le dijo el gran patrón.
Como éramos hombres muertos, señor mío, aparecimos desnudos. Los dos juntos; desnudos ante nuestro gran Padre San Francisco.

¿Y después? ¡Habla! - ordenó el patrón, entre enojado e inquieto por la curiosidad.
Viéndonos muertos, desnudos, juntos, nuestro gran Padre San Francisco nos examinó con sus ojos que alcanzan y miden no sabemos hasta qué distancia. A ti y a mí nos examinaba, pensando, creo, el corazón de cada uno y lo que éramos y lo que somos. Como hombre rico y grande, tú enfrentabas esos ojos, padre mío.

¿Y tú?
No puedo saber cómo estuve, gran señor. Yo no puedo saber lo que valgo.

Bueno, sigue contando.
Entonces, después, nuestro Padre dijo con su boca: "De todos los ángeles, el más hermoso, que venga. A ese incomparable que lo acompañe otro ángel pequeño, que sea también el más hermoso. Que el ángel pequeño traiga una copa de oro, y la copa de oro llena de la miel de chancaca más transparente".

¿Y entonces? - preguntó el patrón.
Los indios siervos oían, oían al pongo, con atención sin cuenta pero temerosos.
Dueño mío: apenas nuestro gran Padre San Francisco dio la orden, apareció un ángel, brillando, alto como el sol; vino hasta llegar delante de nuestro Padre, caminando despacio. Detrás del ángel mayor marchaba otro pequeño, bello, de luz suave como el resplandor de las flores. Traía en las manos una copa de oro.

¿Y entonces? - repitió el patrón.
"Angel mayor: cubre a este caballero con la miel que está en la copa de oro; que tus manos sean como plumas cuando pasen sobre el cuerpo del hombre", diciendo, ordenó nuestro gran Padre. Y así, el ángel excelso, levantando la miel con sus manos, enlució tu cuerpecito, todo, desde la cabeza hasta las uñas de los pies. Y te erguiste, solo; en el resplandor del cielo la luz de tu cuerpo sobresalía, como si estuviera hecho de oro, transparente.

Así tenía que ser - dijo el patrón, y luego preguntó:
¿Y a ti?

Cuando tú brillabas en el cielo, nuestro Gran Padre San Francisco volvió a ordenar: "Que de todos los ángeles del cielo venga el de menos valer, el más ordinario. Que ese ángel traiga en un tarro de gasolina excremento humano".

¿Y entonces?
Un ángel que ya no valía, viejo, de patas escamosas, al que no le alcanzaban las fuerzas para mantener las alas en su sitio, llegó ante nuestro gran Padre; llegó bien cansado, con las alas chorreadas, trayendo en las manos un tarro grande. "Oye viejo - ordenó nuestro gran Padre a ese pobre ángel -, embadurna el cuerpo de este hombrecito con el excremento que hay en esa lata que has traído; todo el cuerpo, de cualquier manera; cúbrelo como puedas. ¡Rápido!". Entonces, con sus manos nudosas, el ángel viejo, sacando el excremento de la lata, me cubrió, desigual, el cuerpo, así como se echa barro en la pared de una casa ordinaria, sin cuidado. Y aparecí avergonzado, en la luz del cielo, apestando...

Así mismo tenía que ser - afirmó el patrón. - ¡Continúa! ¿O todo concluye allí?
No, padrecito mío, señor mío. Cuando nuevamente, aunque ya de otro modo, nos vimos juntos, los dos, ante nuestro Gran padre San Francisco, él volvió a mirarnos, también nuevamente, ya a ti ya a mi, largo rato. Con sus ojos que colmaban el cielo, no sé hasta qué honduras nos alcanzó, juntando la noche con el día, el olvido con la memoria. Y luego dijo: "Todo cuanto los ángeles debían hacer con ustedes ya está hecho. Ahora ¡lámanse el uno al otro! Despacio, por mucho tiempo". El viejo ángel rejuveneció a esa misma hora; sus alas recuperaron su color negro, su gran fuerza. Nuestro Padre le encomendó vigilar que su voluntad se cumpliera.
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Lectura infantil dedicada specially a Iu y Biel por su final de curso. El final escatológico seguro les gusta y es adaptable a otras situaciones y realidades.

Lectura adulta
Según la Comisión de la Verdad entre 1980 y 2000 hubo en este país 70.000 muertos. De cada cuatro víctimas, tres fueron campesinos o campesinas cuya lengua materna era el quechua.

El estudio 'Pobreza, desigualdad y desarrollo en el Perú', recién publicado, de Intermón, revela la existencia de dos millones de analfabetos en el país, la mayoría de los cuales tienen origen indígena. Se resalta como una mejora en cuanto a la inclusión de la población quechua en la sociedad peruana que dos congresistas prestaron juramento en este idioma en 2006 por primera vez, en 180 años de vida republicana.

Endevinalla final: ¿Qué lamerán los editorialistas de El País en el cielo indígena? Akí la respuesta.

6 comentarios:

Joan23 dijo...

Oh the history books tell it
They tell it so well
The cavalries charged
The Indians fell
The cavalries charged
The Indians died
Oh the country was young
With God on its side.

Oh the Spanish-American
War had its day
And the Civil War too
Was soon laid away
And the names of the heroes
I's made to memorize
With guns in their hands
And God on their side.


Es de Bob Dylan, yo también estoy "citón". Cada cual que haga su lectura (según su edad).

Joan23 dijo...

La canción acaba así:

So now as I'm leavin'
I'm weary as Hell
The confusion I'm feelin'
Ain't no tongue can tell
The words fill my head
And fall to the floor
If God's on our side
He'll stop the next war.


Es de 1964: todavía no había visto la luz católica, apostólica y romana.

Qué poco cristi que soy.

Anónimo dijo...

Señora Mottse Santolino, "periodista catalana" ¿No le enseñaron a citar en universidad? El sueño del Pongo" de José María Arguedas.

Joan23 dijo...

Señor jairo35 ¿cuando entrecomilla periodista catalana lo considera una cita, una frase textual, o la hace para darle un sentido irónico a estas palabras? ¿Duda acaso del rigor periodístico de la catalana, de la catalanidad de la periodista, de ambas cosas...? ¿Pone en cuestión el sentido de esta profesión? ¿O en realidad quería entrecomillar "Mottse" por "Montse", el nombre correcto? Es usted tan breve, comprenda mis dudas.

Tal vez no coincida conmigo en que sobran esas dos comillas, pero estaremos de acuerdo en que falta una para abrir "El sueño de Pongo". ¿Tampoco le enseñaron a usted a citar, o es menos riguroso en cuestiones ortográficas?

Entienda esta última pregunta en un sentido irónico, es una broma amigo ¿o es "amigo"? ¿my friend?

¡Vaya! Ya estoy divagando otra vez... Seguro que sabrá perdonarme.

Anónimo dijo...

Vi que levanté pasiones. Jeje, buen escudero se busco la p. catalana. Sr. Joan, creo que por más que se postule su Dulcinea pasará de vos. Intuyo un amor no correspondido. ¿Me equivoqué? ¿Le descubrí?. Sinceramente, así tampoco la conseguirá. Entre por casualidad, vuelvo por curisidad y tal vez no oigan de nuevo mi voz. Veo que la crítica no está muy bien vista en este blog. El baboseo por lo visto, si. Sólo hay que leer. No espero respuesta, tampoco chacales.

Joan23 dijo...

No es por Dulcinea jairo35, es por el bálsamo de Fierabrás con el cual no hay que tener temor a la muerte, ni hay pensar morir de ferida alguna.

Me pone así, un poco chacal. ¡Cómo eres!