viernes, 18 de julio de 2008

Liderando y amamantando


















Cientos de cosas por contar desde mi último post. Algunas bien surrealistas como que he compartido piqueo con el Ministro de Agricultura peruano, me han entrevistado en la tele regional de Arequipa o que ayer paseaba por la Alameda de Chabuca Granda con Pepe, el salvadoreño que nos acogió en su casa en nuestra primera visita a esta parte del mundo. Justo aquí nos volvimos a encontrar.

Pero por días me he quedado clavado en estas dos fotos: es María Elena Moyano y son imágenes de la exposición de fotos de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, de la Defensoría del Pueblo, una de las pocas instituciones con cierta legitimidad en este país ingobernado por interés económico y desinterés político. Yuyanapaq, Para no olvidar.

En Arequipa, con un centro histórico bonito, marcadamente colonial y bien conservado que, en consecuencia, está siendo colonizado palmo a palmo por negocios de/para extranjeros, encontré una de esas escenas propia de nuestras ferias de turismo: una indígena perfectamente ataviada como tal, tejiendo en el suelo, descalza, en medio de una tienda de souvenirs nivel A y B.

Paréntesis 1: aquí hablan así de las clases sociales, tienen A, B, C, D, E (Alta, Medio Alta, Medio, Medio Baja y Baja).

Paréntesis 2: querría haber hecho esa foto, pero me falta coño para mirar a esa mujer a la cara, ni a través de la pantallita de la cámara…

No me he perdido: es como en Guate. Las culturas indígenas están en el centro de un negociazo espectacular del cual no sólo no se les hace partícipes, sino que convive armónicamente con el racismo institucional y la marginación más absoluta de los pueblos originarios. Y por esa misma razón fueron las principales víctimas durante los años de la violencia. Y siempre peor para las mujeres. Ahora y siempre por los siglos de los siglos.

Fueron víctimas de todos. También de la izquierda iluminada. Las salvajadas del ejército no me sorprendieron demasiado por ya conocidas: por algunas de ellas se está juzgando ahora mismo a Fujimori. Pero las de Sendero Luminoso me dejaron encogido el espíritu. Guerra popular contra el pueblo. El gran líder, Abimael Guzmán, era profesor de filosofía y en nombre de la revolución socialista secuestraba mujeres y niños de pueblos de la selva amazónica para aleccionarlos, dinamitaba los almacenes de los comedores populares que le hacían competencia en el amor del pueblo, y asesinaba de la peor manera a aquellos líderes que no querían alinearse. A la igualdad por el desprecio al otro.

Maria Elena Moyano era una de esas madres que amamanta a sus hijos y a su pueblo. Su historia la conocía. Pero no había conocido su contexto, ni oído su voz. La misma voz que en un susurro debió acompañar a sus bébes (el acento aquí, va ahí), pero que se tornaba huracán en sus proclamas. En la exposición se escucha uno de sus discursos, y todavía resuena en mi cabeza: “Compañeras, compañeras, si tocan a una de nosotras Villa El Salvador se va a levantar”. A pura fuerza y pura vida sonaba ese “compañeras” que repetía, cada tres palabras, a las mujeres de ese otro cerro con historia que es Villa El Salvador. Estaba amenazada y pudo haberse quedado en España, pero volvió a su vida... y la perdió. “Jamás Sendero Luminoso podrá quebrar nuestra lucha y resistencia contra el terror” dijo, y se negó a secundar un paro “armado” de los iluminados. La acribillaron a balazos en un acto público y no contentos con eso dinamitaron su cuerpo.

Un referente para todas las María Elenas posibles. Pero después de reunirme y compartir con mujeres políticas, profesionales y líderes populares, siempre la misma conclusión: la política es sucia, se sufre mucho en ese juego de hombres donde la honestidad se aparca. “Las mujeres son más conscientes de lo que es bueno y malo”. Y así será. Porque amamantan. ¿Pero cómo vamos a cambiar las reglas del juego si no jugamos? “Los hombres son muy astutos; si ven que tienes capacidad te envuelven”. Te envuelven o te dinamitan. Según el caso.

Para completar mi desánimo visité el convento de Santa Catalina y a la momia Juanita. El primero, una ciudadela dentro de una ciudad, fue un convento de clausura donde acabaron encerradas de por vida y por decreto, las segundas hijas de los nobles españoles. Lo peor no era eso: era que entraban con servicio y acompañadas de inditas que entraban con ellas, y morían ahí dentro, sin saber por qué. La momia Juanita es una niña de 12-13 años a la que los incas, previamente atontada con chicha y cocas de coca, mataron de un golpe en la cabeza y enterraron como ofrenda a sus dioses en las cimas de los Andes. Fantástico montón de información para los arqueólogos, antropólogos e historiadores. Putadón para la niña diosa. Las religiones siempre favoreciéndonos.

Días antes había ido al Festival de cortos de Lima y descubrí “Por mis hijos”. Entró fuerte porque era Made in Barcelona: el drama de las peruanas pobres perdidas por las calles de la Bonanova, sin entender la lengua, llegando día sí, día también, a pedirles trabajo a las monjas para que las coloquen en casas, sus conversaciones con sus hijos en el locutorio. Su historia gritaba soledad en letras luminosas. “Nadie te habla. Nadie te pregunta cómo estás, ni se va a tomar un café contigo”. Nos cruzamos con ellas y no las miramos, y nos sorprendemos cuando se abordan unas a otras en el metro, sin conocerse.

“Ser de izquierdas es una especie de facultad, como la memoria. Todos la tenemos en estado de latencia. (..) La prueba de que está ahí, sin embargo, es que en determinadas situaciones aparece. Muchas veces se confunde con el orgullo. Pero hay dos clases de orgullo. Cuando esa facultad no está involucrada, el orgullo es puro amor propio.(…)En cambio, si esa facultad interviene, el orgullo se generaliza. La persona comprende que la ofensa, el abuso, lo que sea, no se lo están haciendo sólo a ella; y se le llenan los pulmones de aire; dice “no puede ser” y las tres palabras vienen de muy lejos, de muchos compañeros caídos, de muchas personas aplastadas, humilladas; y aflora en ella un valor, una determinación con los que no soñaba” (Belén Gopegui).
Amigas y mamis amigas: ser mujer de izquierdas es nuestra historia por continuar.

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